Su ser era tan brillante que nadie lo podía ver, de lo contrario, hubiesen
notado una solitaria lágrima de cristal, deslizándose por su santa mejilla. Ese
día, dios lloro; había perdido a su más bella creación, y no tenía certeza de
que alguna vez lo volviera a ver. Resulta difícil discernir, que lo entristeció
más, la perdida de Luzvel; o, por primera vez, verse incapaz de conocer la
resolución de un evento.
Fuera cual fuera su razón, en aquel oscuro momento, dios tomo una
decisión, crear un último ángel, uno que le amara más que ningún otro, uno que
no se revelara jamás, uno que pudiera reparar el hueco dejado por la creación
que más amo.
“Tendrá setenta veces siete, pares de alas; las más pequeñas medirán,
lo mismo que el pie de un recién nacido, y las mayores tendrán cuatrocientos
codos de largo. Y en cada una estará escrito mi nombre, para que nunca olvide
que yo le cree y que le amo."
Sus ojos serán azules como los cielos; su piel será blanca y suave
como la seda.
Tendrá, dos pares de parpados, un par será normal; el otro será
transparente como el cristal y oscuro como las noches de Arabia, así este será,
el único que podrá mirarme de frente, sólo el podrá contemplar mis ojos, llenos
de amor para él y para mis demás creaciones…
Fue entonces que, dudo, dudo de los hombres; dudo que pudiera ser
capaz de volver a confiar en un hombre; dudo que le fuera fiel. Y su creación
se convirtió en mujer.
Sus cabellos que de macho, presumían un fulmínate color rojo, fueron
aclarándose, hasta alcanzar el color de los pétalos de un cerezo…
“Padre, no me gusta este color, quiero que mi cabellera, sea como la
noche; que en el pueda aprecien el brillo de las estrellas y la inmensidad de
tu creación. ¿Me concederías ese deseo, padre mío?”
Su voz era como un suave susurro, ligero al oído, pero de gran
impacto en el alma.
-Como tu decidas, Hija mía, será del color de la noche y brillara
como el más bello de los astros.
Te llamaras Hiel.
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