Era domingo por la noche, Erick y yo cenábamos con unas
chicas; Erick mantenía la política de invitar a cenar (o desayunar, según el
caso) a las mujeres, después de de habérselas cogido; eso lo hacia sentirse
como un caballero de la vieja escuela, en vez del mujeriego adicto a sexo que
todos sus amigos sabíamos que era. Ese día en particular, tras haber sido
rechazado, decidí que no seria tan mala idea compartir su estilo de vida.
Era la primera vez que estaba en América y desconocía el
idioma, cuando era necesario comunicarme con alguien Erick traducía para mi; aunque
conforme conocía el idioma descubrí que sus traducciones eran demasiado
despectivas.
Repentinamente los
comensales comenzaron a mostrar caras de preocupación y a gritar cosas raras,
excepto Erick que reía de manera desquiciada; en medio del pánico aprovechamos
para escapar de las chicas y de la cuenta. Tarde media hora en convencerlo para
que me dijera la razón de todo el alboroto. Al final me conto sobre un sujeto
llamado Herbert Wells, de los Aliens grises y de “la guerra de los mundos”.
-Solo un loco creería en esas cosas- concluyó-
-Si es tan estúpido como creer en ángeles- le conteste a modo de burla
-Louis, lo que Hashem imagina existe; lo que el hombre imagina, no.
Así de simple. Pura fantasía Como los viajes a la luna, los autómatas, o la
tierra e Oz- (en ese momento desconocía el significado de esas palabras; no
dije nada, para no exponer mi ignorancia)
Erick y yo somos lo que se conoce como ángeles bajo rango, si que, siempre y cuando permanezcamos en el
anonimato, podemos deambular por la tierra y hacer lo que queramos; a menos que
algún superior requiera de nuestros servicios, cosa que rara vez ocurre.
La explicación de Erick, parecía indiscutible en ese
momento, normalmente hubiera sido suficiente para abandonar esa idea… hasta que
lo vi, del otro lado de la calle, un bebedero del cual colgaba un letrero: “Colored”. Un niño tomaba agua, mire la oscura piel de
sus brazos, su negro cabello rizado; revise mis manos blancas, busque mi reflejo en el
retrovisor de un auto; ojos pistache, cabello castaño.
-¿Qué crees que haces?- Era Erick; 1.80 metros, ojos azules,
cabello ondulado y rubio. Comencé a reír
a carcajadas; intentó decir algo, pero antes que pudiera articular alguna
palabra, lo tome por los hombros y le dije:
-Vivimos en un mundo lleno de hombres blancos y de hombres
negros… ¿por qué no creer en hombres grises?
Me miro y sonrío, no fue una sonrisa de aprobación; significaba
algo así como “es una lastima que hayas elegido ese camino”.
-Cuídate y no seas demasiado imprudente- fueron sus palabras
de despedida.
Intente
pensar en una respuesta, pero, no pude
hacerlo; Erick desapareció ese día entre la multitud, y yo, estaba por sumergirme
en un mundo de ideas delirantes.
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