sábado, 9 de junio de 2012

Sillas y clases de filosofia

Ya habían pasado treinta minutos desde que la campana sonó, y como de costumbre, el profesor llegó tarde.
Entra al salón y coloca una silla encima del escritorio,  sorprendido voltee a mirar a Marco, mi compañero de mesa, ¿de verdad va a hacerlo?...
-Muy bien jóvenes díganme, ¿cómo sabemos que esta silla existe?
-Oh si, lo hizo; y aquí viene el comentario estúpido en tres, dos, uno...-respondió finalmente Marco, con una cuenta un poco apresurada; Sí hubiera contado desde el siete, la sincronía hubiera sido exacta.
Ricardo levanto la mano y dijo el comentario mas trillado, que se puede decir durante ese tipo de actividades.
-¿Cuál silla?- Todo el salón comenzo a reír, por supuesto, como siempre; todo el salón no nos incluye a Marco ni a mi.
Sonreí creyendo que Marco, diría algún comentario sarcástico; En lugar de eso, se levanto, camino al escritorio, tomo la silla por las varillas del respaldo y caminó al lugar de Ricardo; al estar frente a él se inclino hacia su izquierda, sujetando firmemente la silla.
-¡¿Qué piensa hacer con esa silla?!- vocifero el profesor, mientras yo contenía la risa; ante las palabras que, suponía, estaba por decir.
-¿Cuál silla?- pronuncio Marco, mirando al profesor, al tiempo que desenvainaba su sonrisa de hijo de puta.
Pobre Ricardo, él creía que Marcos estaba jugando, que bajaría la silla y regresaria a su lugar. Pero no, porqué hay tres cosas con las que marco jamas jugaría: las chicas, la comida y la violencia.
Hay que admitirlo, Marco supo controlarse esa ocación (para tratarse de él, se controlo); tanto la cabeza de Ricardo, como la silla,  salieron del encuentro en una sola pieza. Marco fue suspendido por una semana, pero, eso no pareció molestarle.