domingo, 30 de octubre de 2016

Cambio de horario

Era otra mañana de octubre, de un año más a un parpadeo de acabar. Desde la primera hora se sentía tan irreal, de esos momentos cuando cuesta trabajo discernir si ya has despertado o estas en esa parte del sueño que simboliza la cotidianidad de las cosas; en los que crees fervientemente que de cerrar los ojos por un instante, al abrirlos, estarás de regreso en tu cama, en Bagdad, en medio de la nada, o en cualquier lugar que represente algo que todavía no logras descifrar.
Salí de la casa pasadas las dos de la tarde, siguiendo una súbita alucinación de olor, a pasto recién cortado, termine llegando en medio de la plaza. Buscando sin saber algo que me anclara a la realidad, temiendo levemente que de no encontrarlo, terminaría flotando entre mis propias ideas, más allá de la atmósfera. Un ancla que me mantuviera mis pies en el piso.
No corrí, ni grité, no murmuré siquiera nombre alguno. Ahí de pie, sentado y caminando; no recuerdo en que orden, pero hice todo eso y un poco más. Mi reloj marcaba las seis de la tarde, pero las agujas en la torre más alta de la iglesia apenas marcaban pocos minutos pasadas las cinco. El tiempo con frecuencia, resulta irrelevante  cuando ya es tarde. Era momento de dormir, o de despertar según fuera el caso, volví a caminar. Puede que el destino, al igual que yo, olvidara ajustar su reloj.
Pero mañana volverán a darnos las cinco, y tal vez para ese día ya nos encontremos en el mismo horario, y como las manecillas, a su tiempo logremos alcanzarnos.
FIN
 

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